Durante su reciente visita a la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica, el Papa Francisco volvió a encender el debate público con comentarios provocadores sobre el aborto y la condición de la mujer.

El pontífice afirmó que el aborto es un “homicidio” y calificó a los médicos que lo practican de “sicarios”, subrayando que “sobre esto no se puede discutir, pues se asesina una vida humana”. Estas declaraciones se dieron tras sus visitas a Luxemburgo y Bélgica, y reavivaron el diálogo sobre la postura de la Iglesia católica en temas de derechos reproductivos.

Además, el Papa anunció la apertura de un proceso de beatificación para el rey Balduino de Bélgica, a quien elogió por su negativa a firmar una ley que legalizaba el aborto, calificando su decisión como un acto de valentía. “Se necesita ser un político con pantalones para hacer esto”, declaró, enfatizando su visión sobre el liderazgo moral en cuestiones controversiales.

Sin embargo, sus comentarios no solo generaron reacciones en el ámbito religioso, sino también en el académico. En una intervención que sorprendió a muchos, el Papa dijo que “la mujer es más importante que el hombre”, pero que es “malo cuando quiere ser el hombre”, insistiendo en la necesidad de reconocer los roles tradicionales de género.

Estas afirmaciones provocaron una rápida respuesta de la comunidad universitaria. Profesores y estudiantes de la Universidad de Lovaina emitieron un comunicado expresando su desacuerdo con las “posiciones conservadoras” del Papa, calificándolas de “deterministas y reduccionistas”.

Este episodio resalta las tensiones persistentes entre la doctrina de la Iglesia y las crecientes demandas de derechos y equidad en la sociedad contemporánea. Las declaraciones del Papa Francisco, aunque firmes en su convicción, han generado un amplio espectro de reacciones que ponen de relieve el dilema entre la tradición y la modernidad en el debate sobre estos temas cruciales.